Tal vez, de entre los símbolos sacros de todos los pueblos sea el de la Rueda el más universal. Ello se debe, por un lado, a que este símbolo aparece unánimemente, directa o indirectamente tratado en todas las tradiciones, y parecería ser consubstancial al hombre, y por otro, a que la misma universalidad de los significados de la rueda, y su conexión directa o indirecta con los demás símbolos sagrados, en especial, números y figuras geométricas, hacen de ella una especie de modelo simbólico, una imagen del cosmos.
La rueda en el plano es un círculo, y la circularidad es una manifestación espontánea de todo el cosmos; por lo tanto esa energía ha de provenir de un punto central que la irradia, tal el caso de una rueda, símbolo del movimiento y también de la inmovilidad, que puede girar y reiterar sus ciclos, posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil.
En el plano esto se representa como un centro del que la circunferencia extrae su forma (con cordel o compás es imprescindible tener un punto fijo para trazar la circunferencia) por irradiación, tal cual la energía potencial del eje se transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas, análogas al radio de la circunferencia; cualquiera que traza una circunferencia sabe que ésta depende del punto central y no a la inversa.
Entre el punto central y la circunferencia se configura el círculo; el valor aritmético asignado al primero es la unidad, que es una representación natural del punto geométrico, y a la segunda el nueve, que es el número del ciclo por ser el de la circularidad, como más adelante veremos.
La suma de ambos nos da la decena (1 + 9 = 10) que es modelo numérico de la tetraktys pitagórica, el cual puede ser puesto en relación con cualquier otra aritmosofía, ya que los números –y las figuras geométricas– son módulos armónicos arquetípicos, válidos en todo lo manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar dentro de este ciclo humano.
La rueda en el plano es un círculo, y la circularidad es una manifestación espontánea de todo el cosmos; por lo tanto esa energía ha de provenir de un punto central que la irradia, tal el caso de una rueda, símbolo del movimiento y también de la inmovilidad, que puede girar y reiterar sus ciclos, posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil.
En el plano esto se representa como un centro del que la circunferencia extrae su forma (con cordel o compás es imprescindible tener un punto fijo para trazar la circunferencia) por irradiación, tal cual la energía potencial del eje se transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas, análogas al radio de la circunferencia; cualquiera que traza una circunferencia sabe que ésta depende del punto central y no a la inversa.
Entre el punto central y la circunferencia se configura el círculo; el valor aritmético asignado al primero es la unidad, que es una representación natural del punto geométrico, y a la segunda el nueve, que es el número del ciclo por ser el de la circularidad, como más adelante veremos.
La suma de ambos nos da la decena (1 + 9 = 10) que es modelo numérico de la tetraktys pitagórica, el cual puede ser puesto en relación con cualquier otra aritmosofía, ya que los números –y las figuras geométricas– son módulos armónicos arquetípicos, válidos en todo lo manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar dentro de este ciclo humano.
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